It's one of those things a person has to do;
sometimes a person has to go a very long distance
out of his way to come back a short distance correctly.
Edward Albee - The Zoo Story
***
El menor había viajado casi dos horas y media en tren desde Daegu hasta Seúl.
Lo último que esperaba Boah era que lo
primero que le pidiera hacer en esa ciudad fuese visitar a su peluquera. Y aun
así, aceptó a acompañarlo.
Aceptó porque vio en los ojos de su
hermano menor un propósito. Si hubiese creído que los motivos de la visita eran
de carácter estético le habría dicho de buena gana que se esperara, que ya
podrían ir al otro día, pero las pequeñas venitas rojas que se dibujaban por
los contornos de aquellos ojos marrones parecidos a los suyos le decían que
aquello tenía más bien carácter sentimental. Lo que ya se había esperado cuando
Kibum la llamara una semana antes pidiéndole alojo temporalmente permanente en
su casa.
Manejó con calma, en silencio,
entendiendo que aquellos momentos eran parte de un proceso. Si Kibum quería
hablar lo haría cuando estuviera dispuesto a hacerlo.
Estacionó donde solía hacerlo y detuvo
el motor, pero no hizo ademán de bajar del carro.
-¿Estás seguro?
El punto era que ni ella sabía lo que
su hermano planeaba hacer. Preguntó sin saber sobre qué debía o no el menor estar
seguro, aun cuando mil suposiciones ya le rondaban por la mente, cada una más
terrible que la anterior.
Él se limitó a asentir como única
respuesta y salió del auto primero. Ella lo siguió y saludó a la mujer a la que
visitaba regularmente mes por medio, y que en esos momentos estaba sorprendida
por verla allí, en la compañía de Kibum en lugar del pequeño Tae.
Boah le explicó a la mujer que no
habían ido allí por ella sino por él, y la mujer amablemente les pidió que
esperaran hasta que terminara con la clienta que atendía en esos momentos.
Se sentaron juntos en un sofá rojo que
destacaba en aquel salón casi enteramente blanco. Kibum siguió callado, con ese
mutismo selectivo que al parecer había adoptado como método de protección.
Boah conocía perfectamente la
sensación de no poder hablar más de lo necesario por sentir que te largarás a
llorar antes de acabar la primera frase y no podrás detenerte hasta quedar seco.
Aunque su pérdida no pudiera ser comparable con la que asumía acababa de sufrir
Kibum, sabía que no por eso la de su hermano era menos dolorosa.
Quería abrazarlo, pero sentía que en
esos momentos un abrazo sería como lanzarle un proyectil en medio del pecho.
Uno que ya se sentía frágil y sólo necesitaba de un leve contacto para
desmoronarse… una vez más.
Ambos vieron a la mujer que antes
había ocupado el asiento frente al gran espejo de la estancia despedirse de la
dependienta y salir por las puertas de vidrio; Kibum se levantó y se dirigió
directo a la misma silla ahora vacía.
Una vez que hubo comunicado a la mujer
exactamente lo que quería, ella se alejó hacia un estante y Boah la observó
tomar un par de frascos y otros utensilios. En ese momento captó la idea de su
hermano.
El castaño permanecía mirándose a sí
mismo en el espejo, como si reflexionara consigo el siguiente paso a seguir.
Boah esperaba que la mirara en algún momento aunque fuera a través del espejo,
pero esa mirada nunca llegó. Ver a Kibum intentando ser más fuerte de lo que su
corazón de hermana mayor podía soportar la estaba quebrando a ella misma.
Kibum cerró los ojos cuando el grueso pincel
tocó por primera vez su cabello. Aun así la silenciosa lágrima que esperaba
suprimir logró escabullirse mejilla abajo. Sólo volvió a levantar la mirada más
de una hora más tarde para ver a alguien más frente al espejo.
Su yo anterior parecía haber
desaparecido. Y aunque decir que se sentía como nuevo hubiera sido la mentira
más fea que hubiese dicho, sentía que al menos había dado el primer paso hacia
adelante.
Frente a él, mirándolo directamente a
los ojos desde su reflejo en el espejo, estaba un chico de su misma altura, con
su mismo tono de piel, sus mismos labios, los mismos ojos rasgados, pero con
una mirada mucho más ávida. Y la rubia tonalidad en el cabello no hacía más que
acrecentar aquella diminuta, pero enorme diferencia.
Cerró los ojos una vez más, al tiempo
que asentía a la pregunta que la peluquera le hizo y que él siquiera escuchó,
pues prestaba más atención al apretón de manos que ocurría en su interior entre
su yo anterior y aquel chico del espejo.
Cuando ambas manos cayeron a los
costados de dos cuerpos imaginarios que eran solo uno, su yo anterior le
entregó una caja al reflejo rubio y luego dio media vuelta y se largó de allí
para nunca más volver.
Aquella tarde, Kibum no quiso abrir la
caja. No podía. Pero temía el día en que se abriera por sí sola. Algo le decía
que eso ocurriría.
No sabía cómo ni cuándo, pero lo
haría.
El viaje de regreso a la casa de su
hermana no fue muy diferente del viaje de ida.
Apenas Boah abrió la puerta, Kibum
corrió escaleras arriba y se metió en el baño. Se había visto en el espejo de
la peluquería, pero fuera de aquel lugar, ahora todo parecía más real. Y volvía
a doler.
Boah chocó los nudillos en la puerta y
sin esperar una respuesta entró en el pequeño cuartillo. Su hermano, ahora
rubio y con un nudo en la garganta, se abalanzó sobre ella como si en eso se le
fuera la vida. Técnicamente porque así se sentía.
Y dentro de ese abrazo casi
desgarrador, Kibum lloró sus últimas lágrimas por ese amor perdido que le había
sacado tantas sonrisas y que en esos momentos lo hacía sentir miserable al
extremo, y se prometió que serían las últimas porque si no lo eran no sabía cómo
iba a sobrevivir al resto de su vida.
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